La liga de fútbol sub14 de Asturias desde
hace poco se llama Liga Pizza Móvil. A mí me escandalizó el tema, pero
mucha gente del fútbol me dijo “oye, que dan dinero para el fútbol base,
qué más dará lo del nombre si nuestros niños va a tener más medios”.
Por mucho que yo me hinchase a utilizar la palabra ‘mercantilización’,
lo simple del argumento, aparentemente irrebatible, me dejaba en fuera
de juego.
Estos días, Coca-Cola ha anunciado que
cierra varias fábricas. Y yo, que me gusta imaginar situaciones, pensé
en uno de tantos padres y madres a los que Coca-Cola echa a la calle.
Una familia que comienza a sufrir para poder comer o pagar la hipoteca.
Llegado el sábado esa familia lleva a su hijo de 15 años a jugar al
fútbol; toca Copa Coca-Cola. En la última escena, aparece el hijo,
venciendo en la final de la Copa Coca-Cola, rodeado de publicidad de la
marca, y, por supuesto, aprovechando la ocasión para mandar un sincero
agradecimiento a la multinacional, sin cuya financiación desinteresada
ni él ni su equipo hubieran podido nunca llegar a ser los mejores.
¿Acaso no es eso lo que les estamos enseñando?
Estamos moral e ideológicamente
desarmados, nos parece normal que, a cambio de dinero y de mejoras en la
vida, se pueda vender casi cualquier cosa. Todo tiene que producir
algo, y si no, se alquila, se vende o se mercadea de alguna forma con
ello. La obsesión por la eficiencia. ¿Qué beneficio genera una liga “sin
nombre”? ¿Qué ingresos aportan los colores de un club? ¿De qué sirve el
nombre de un estadio? Pues de nada, no sirve de nada, por la sencilla
razón de que no debe servir para nada. Si tenemos la enfermedad del
utilitarismo, de tratar todo como empresas que deben producir algo, al
menos deberíamos tener la decencia de no transmitírsela a nuestros
pequeños.
* Publicado en Periódico Diagonal, periódico quincenal de actualidad crítica, nº216.
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