domingo, 4 de enero de 2015

Hooligans on e

Escuchamos estos días el enésimo intento de demonización de la política. La originalidad no está en la primera línea de acción de los poderes fácticos ahora mismo. Se les nota, están a la defensiva. El fútbol es el gran puerto de conexión con la masa todavía y ellos son descarados en su utilización, ya sea para transmitir positividad, emociones y unidad, como en aquel sentido abrazo entre Busquets y Casillas en la final del mundial de Sudáfrica, cuando la sartén estaba bien amarrada; o bien para transmitir miedo, el asesino de la razón, como en el caso del hooliganismo. De la misma manera que la conspiranoia contemporánea nos hace desconfiar de supuestas despiadadas farmacéuticas que fomentan la propagación de ciertas enfermedades para hacer necesarias sus curas, en lo que concierne al tema del que intento hablar, nada nos impediría considerar como intencionada la propagación y la publicidad del miedo a fin de que el cobijo y la protección sean proporcionados desde los mismos ámbitos.

Estos días no dejo de escuchar una defensa titánica del espíritu del deporte, de las familias que quieren disfrutar de un espectáculo deportivo, sano y amable. Estos días nos taladran con que la violencia no la engendra el fútbol, sino la política. Me niego a aceptar semejante barbaridad. Si se puede ser criminalmente generalizador por un segundo, digamos la obviedad: la violencia la engendra la ausencia de política. No he escuchado estos días en medios de masas ni un ápice de cuestionamiento a las condiciones materiales que pueden generar este tipo de conductas violentas. Eso es ausencia de política. Curiosamente, en el mundo del fútbol, cuando un conjunto marcha mal, una de las primeras cosas a cuestionar es el sistema. Incluso cuando un equipo marcha bien, el sistema se cuestiona constantemente, cada partido. El siguiente en la lista es el responsable del sistema, el entrenador. Estos días no hemos visto ni la más mínima duda sobre un sistema que hace aguas y sobre unos responsables últimos sin ningún tipo de conciencia y voluntad política propia, reducidos a meras correas de transmisión sin juicio ni remordimientos. Es la cosificación del representante y de la representación misma. Es la ideología vestida de cuestión técnica.

Phil Thornton es el autor de Casuals. Football, fighting and fashion. The story of a terrace cult, una obra interesantísima y de obligado ojeo (como mínimo) para todo el que intente hablar sobre el fenómeno casual, hooligan o como se le quiera llamar. Thornton se centra en Gran Bretaña, el epicentro de este hype. Es interesante también citar el célebre Chavs de Owen Jones aquí, porque es de una sincronicidad perfecta (mediados de los años setenta) el auge del programa económico neoliberal, con Thatcher como uno de sus puntales, y el ascenso de este fenómeno que toma el fútbol y se manifiesta principalmente de dos formas: consumo y violencia. Como una sublimación peculiar de la lógica capitalista. Además Thornton nos ilustra en las causas que explican que marcas como Fila o Sergio Tacchini prácticamente desconocidas en las islas británicas empezasen a ser demandadas. Eran los hinchas de los equipos ingleses que jugaban en Europa y viajaban con ellos los que las compraban y las convertían en exclusivas y valiosas en las islas. Como si de un antecedente inesperado del libre mercado se tratase. Thornton nos ilustra en la cuestión de las marcas, una chaqueta CP Company, una sudadera Ellesse o una bufanda Aquascutum, sin etiqueta no valían nada. En realidad la ropa daba igual, lo que importaba era el consenso de una comunidad determinada en torno a lo que desprendían ciertas marcas, como en una especie de hiperrealidad, como en la esfera del simulacro de Baudrillard.

Y si la ropa daba igual, en tanto que simplemente era soporte, la política, al igual que el fútbol, daban igual. De hecho, Thornton apenas habla de política. En The Real Football Factories, la serie documental presentada por Danny Dyer en torno a estas cuestiones, plagada de testimonios, percibimos la tensión en que estos grupos se mueven. Hablo de la tensión de considerar a un casual con un enfoque opuesto al tuyo al mismo tiempo como enemigo y como uno de los tuyos. Es una tensión dificil de entender para los que estamos fuera de ese ámbito, pero a poco que escuchemos con atención, es una tensión muy presente. Estas semanas nos han contado que los líderes de los grupos ultra españoles suelen conocer sus números de teléfono entre ellos. Nada mejor que eso escenifica esta tensión. Cierto es que el conflicto ideológico está mucho más presente en las gradas españolas que en las inglesas, pero mientras la violencia en política busca la consecución de fines por vías más eficaces, aunque no eficientes; la violencia asociada al fútbol toma el tinte de fin en sí mismo, siendo la utilización de los colores, políticos o deportivos, el medio. Al final, es como si todo fuese una suerte de ritual, las provocaciones verbales en los estadios, la presencia en determinadas zonas de las ciudades, el calentamiento de los encontronazos en redes sociales. Quiere ser un acuerdo privado, rodeado de simbolismo y ritualidad, para la descarga de violencia. Es una válvula de escape para la desesperación que genera este sistema. Una válvula construida, con éxito, por el propio sistema, que reproduce, sublima e intensifica las lógicas más perniciosas del mismo. La violencia se vierte hacia dentro, no rompe el marco, al menos de momento. Y retroalimenta un miedo, genera una demanda de protección autoritaria más que de, por ejemplo, educación. Sincronicidad una vez más. La semana en que la Ley de Seguridad Ciudadana era aprobada en el Congreso el frame del miedo en las calles ya estaba en nuestros cerebros.

La obra de Thornton antes citada tiene una parte que siempre vuelve a mi cabeza en sucesos como los de estos días. Hablo de la escena rave en Gran Bretaña, de madchester, del Ecstasy, de sucesos como el de Heysel o Hillsborough y el estado mental que produjeron. Las duras medidas del gobierno tory que siguieron a Heysel, como los cánones de la shock doctrine mandan, llevaron a estos chavales a los clubs de acid house y a la experimentación con drogas y ambientes generadores de menos agresividad. El testimonio de Gareth Veck, hincha del Nottingham Forest lo deja claro: “tras Hillsborough pensé: ya he tenido suficiente”. Y, de repente, bandas de todo el país (Happy Mondays, The Farm, Northside, los mismos Stone Roses,…) empezaban a reivindicar, ética y estéticamente, aquella subcultura casual, scally,… pero esta vez todo estaba regado de psicodelia, de buenrrollismo, como búsqueda de un refugio en aquellos tiempos de agotamiento post-Hillsborough y de ofensiva neoliberal tory. Después de aquello pasarían unos años hasta el ascenso del britpop, ese concepto difícil de asir como fue el Cool Britannia y sobre todo, lo que se conoció como el lad culture un casual 2.0 que terminaría entroncando con el fenómeno chav. Al final Owen Jones tiene razón: hay una demonización de la clase obrera, de los nadie, de los que acumulan la ira y el odio que este sistema es incapaz de no generar. El deporte torna en espectáculo y hay infrahumanos que no son capaces de presenciarlo. Ese es el mensaje, peligroso y vil, y no si sistemas de distribución de la riqueza, del trabajo o de la cultura están intentando mostrarnos como obvio que, efectivamente, algunos no merecen ser tratados como humanos. Acoge a un recién nacido, putea su entorno, putea su familia, putea a sus amigos, dile que la culpa la tiene aquel otro pero no le digas que ha pasado por lo mismo que él, entrégales banderas y símbolos, dales fútbol y alcohol y túmbate a mirar mientras todo un país aprende a tener miedo. Esta no es una cuestión de colores ni de política. Es una cuestión de dominación consciente e hipnosis sumisa.

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