Igual que en la política hemos pasado de
trabajadores a ciudadanos, y finalmente a consumidores, en el fútbol
hemos pasado de hinchas apasionados a aficionados de pipas y coca-cola
al descanso, hasta convertirnos en meros clientes en la actualidad. Una
vez individualizados, hemos perdido nuestro poder para generar
alternativas, para protestar ante quienes tienen la sartén por el mango;
para hacernos respetar. Sin tejido social, sin grupo con el que
compartir problemas, frustraciones y esperanzas, no hay futuro que
(re)construir.
El problema no son los horarios, o al
menos no EL problema. Estos solo son la expresión de un largo proceso de
mercantilización del fútbol profesional que está llegando a un punto en
el que tiene que romper por algún lado. Los horarios abusivos y
definitivamente anti-futbolísticos que venimos sufriendo estas últimas
temporadas y que este año han llegado a cotas surrealistas, son la
consecuencia de este modelo, de la lógica empresarial y la dialéctica de
los beneficios económicos aplicadas al deporte.
El respeto uno tiene que ganárselo, y
tragar continuamente con todo lo que nos echen, sin organizarnos, sin
levantar la voz, admitiendo que las Sociedades Anónimas Deportivas
reciban subvenciones públicas millonarias, que sus deudas crezcan
exponencialmente, que los jóvenes de la ciudad no tengan oportunidades
en su equipo… no parece la mejor forma de hacerse respetar. Ni como
cliente, ni como aficionado, ni mucho menos como trabajador o ciudadano.
Los aficionados debemos reconquistar el fútbol para que vuelva a ser
solamente fútbol; que vuelva a ser un lugar donde volcar nuestra pasión
junto a nuestros vecinos, y que nunca más vuelva a ser un producto con
el que mercadear. Ya sea de día o de noche.
* Publicado en Diagonal, periódico quincenal de actualidad crítica, nº180.
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